jardinero

Me gusta cortar la hierba de forma sencilla, rudimentaria, manual.

Soy el primer hortelano
el naciente jardinero
el practicante de esposo.
No me importa que sea una tarea lenta; que cuando termine el lindero del sur
al norte haya crecido vigorosa otra capa verde quizá más fuerte que la anterior, sonriente… desafiante.

La herramienta es una promesa de acero oxidado y de olor a tierra húmeda y voy cortando la maleza como un guerrero, como un pigmeo contra un bosque.

La lluvia dormida en las hojas alza vuelo en pedazos invisibles y los tallos al quebrase sueltan bengalas que inundan el aire de perfumes agridulces.
Es el llanto de la ruda por crecer donde no debe
o la clorofila insurrecta amotinada contra el viento.

Salpicado de vida abro los caminos del asombro y visualizo praderas mientras pienso en el amor.

No en el amor universal, ese deseo social de la armonía, sino en el amor particular, ese que sólo a mi me pertenece y que se objetiva en la mujer por la que quisiera arrasar todo lo inservible como un libertario defensor de la justicia.

Y mientras trabajo me instalo en otro prado muy dentro de mi mismo donde las hierbas son palabras,
las hojas filosos adjetivos,
los tallos sufijos inservibles
y algunos verbos, flores inútiles,
…y corto sin afán preparando el nuevo día.

Arranco tallos espinosos con la mano empuñada, con los dientes y con cada parte del cuerpo que pueda sostener los empujes de la ira,
lleno el aire del olor a hierro que me habita y me circula como una podadora, y ahora poeta, ahora obrero, no le temo a que renazcan las raíces mal cortadas,
a que cuando el sur esté despejado a las metáforas, el norte haya hecho crecer malas especies.

Creo la danza del silencio y los perfumes del encuentro para regar con la mirada una siempreviva sembrada en los tendones y en el cuerpo hace ya un año.

Soy practicante de esposo, jardinero y hortelano,
cada día me renuevo mientras limpio esta casa de huesos
que espera... que la espera.