Nunca más volveremos a verlos
calentándose los dedos en ceniza,
contando las historias del árbol
y el misterio del camino y la hojarasca.
Nunca más la palabra forjada al fuego
que hierbe el alimento necesario
para el cuerpo y para el alma
en la hora exacta del invierno
en el punto exacto de la noche.
Nunca más el aliento protector de los sombreros,
el himno de esperanza de los tiples,
las retahílas cantarinas de la abuela,
las viandas con olor a risa y humo
y las chispas del carbón y la mirada.
Nunca más volveremos a verlos
Porque esos de antes ya no son nosotros,
ya son campesinos cercados por el miedo
viviendo en un mundo digital y eléctrico
donde los niños juegan a matarse.
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