sábado, 18 de febrero de 2017

M JINCO

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En las épocas del M-19, cuando parecía que la guerrilla había encontrado una manera elegante para confrontar las estructuras del Estado.  En Támesis decían que los del movimiento 19 de abril (M-19) no podían entrar, porque allí ya existía, el M-5

En realidad era “Eme jinco” o “Jinco”. Un personaje que al parecer pasaba desapercibido, pero que se ganó el corazón de toda la población. 

Así es la popularidad en los pueblos. Sólo le pertenece a quienes no les importa, a quienes van por ahí haciendo mandados o dedicados a la vida contemplativa y a los que algunos nombran como bobos o locos. Pero que a veces parecen venidos de otro tiempo o de otro planeta, a confrontar las irracionalidades de la cordura.

Eso lo deberían saber los politiqueros que creen que por gastar fortunas en publicidad, pueden soñar con ser populares y queridos ignorando que el cariño de las gentes, nada tiene que ver con votos electorales. Deberían saber que esa posición social, la de queridos por todo el pueblo, es para algunos pocos y que a cualquiera que se crea importante, nunca le será permitida, que siempre habrá muchas personas que no les querrán y al contrario, les odiaran, y sobre todo, y esto les horroriza, que serán olvidados.  Pues para ser amado por todo un pueblo se necesita vivir toda la vida en ese pueblo pasando desapercibido pero estando.

Desde el punto de vista de la racionalidad práctica, Jinco era absolutamente insignificante. Dormía en una zanja, en un lugar totalmente inapropiado, pues era paso de estudiantes, los seres más despiadados sobre la tierra. Sin embargo, su cambuche, permanecía intacto.  Salía desde temprano con un pocillo de lata a pedir un poco de café antioqueño, un tinto. Y como era media lengua decía: “eme tinto”. O, en algunos casos, pedía el dinero para comprar su café diciendo: “eme jinco, pala un tinto”.  De ahí que le llamaran Jinco. 

Posiblemente su tiempo se detuvo en la época en que un tinto valía cinco centavos. Se quedó niño y por eso nunca envejeció, aunque murió como a los sesenta años pero joven.

Nunca se supo de qué se alimentaba pues solo pedía y tomaba café, pero todos los estudiantes juran que le veían comiendo trozos de pared de esas de cal y bahareque.

De uno cincuenta, descalzo, con pantalón y camisa siempre de talla más grande a la suya, deambulaba sonriente, sin dientes, sin miedos, con ojos negros brillantes y mirada de ángel, cabello corto y descuidado, rostro marcado por la intemperie y por algo de mugre acumulada y el infaltable tarro o pocillo, como único acompañante.   

Nunca se le vio triste o enojado. Se le recuerda como una sombra o como una estrofa de canción que dice “quielo tomal tinto”, “eme jinco pala un tinto”. 

Y dicen que una mañana simplemente amaneció muerto. 

Pero los pueblos, tienen extrañas y sabias formas  de poner su impronta en las páginas de la historia, cuando intuyen que algo podría correr el riesgo del olvido.

Ocurre que en Támesis, los funerales  tienen además de todo el simbolismo alrededor del luto y de la muerte, una forma cuantitativa de sumar el reconocimiento a una persona,  y de la cantidad de gente que acompañe el féretro al cementerio se puede medir el grado de importancia social que representaba el difunto, contando en la historia municipal, algunos entierros de grandes personajes de la curia, política, la milicia o las letras, a los que podría decirse de acuerdo al acompañamiento en el entierro, que verdaderamente eran ilustres.

Cuando Jinco no hubo publicidad, ni llamados. La noticia de la hora del entierro pasó de boca en boca, de casa en casa. Y al momento indicado, lentamente, vestidos como para un acontecimiento de domingo, fueron saliendo uno a uno todos los habitantes de Támesis, logrando que en la historia de este municipio se diga que el entierro más acompañado, ha sido el de “jinco”.






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