Saludos amigos.
Con esta entrada inicio una etapa como
podcast, mejor dicho, como transmisor de relatos en audio. Voy a subir relatos periódicamente, cadaquesepuedamente
y ojalá cada semana. Así que estén pendientes, suscríbanse al blog (esa es la
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ellas la ventaja es que cada publicación les llegará personalmete. Espero que los
relatos les gusten y les hagan pasar un buen rato.
Va el primero, que he titulado como El Támesis o Quién soy y de dónde vengo.
Mi nombre es Fernando, Luis Fernando y
mis amigos me conocen como el cuentero. Mi canción favorita es La Lora de
Enrique Balleste. Mi padre es Guillermo, José Guillermo, el hombre más honesto
que conozco, trabajador, silencioso,
melancólico, aguerrido, su canción favorita es Jornalero de Pepe Aguirre.
Fue obrero en una fábrica de baldosas más de treinta años sin consideración, sin
vacaciones, o primas, o seguro de salud o abono a pensión o liquidación.
Enriqueció a dos patrones. Bueno, yo también aporté porque fui obrero diez años
en la misma fábrica. Después mi padre fue vendedor de chance y lotería hasta que los pies se le fueron cansando y las manos y las esperanzas. Mi madre es Edelmira, doña mira, y es la
octogenaria más hermosa que conozco, su pasión era visitar amigas y caminar; le
tiene pavor a los médicos y su canción favorita es Fiesta de Serrat. Guillermo
es hijo de Vicente Moncada y Teresa Echeverry y Edelmira es hija de Cipriano
Ospina y Eufrosina Montoya y todos somos hijos de Támesis, un municipio acunado
en un ramal de la cordillera occidental de la cadena montañosa de los Andes, en
el departamento de Antioquia Colombia.
A Támesis, la canción que más le gusta
es Pueblo Blanco de Serrat. Le dicen “La
tierra del siempre volver” porque allá el que se viene se vuelve.
De allá vengo, aunque por internet uno
nunca viene de ninguna parte, uno siempre está ahí.
Y ya que de Támesis tengo tantos
recuerdos voy a empezar contando la historia de cómo el Támesis se volvió
nombre de pueblo. Hay muchas versiones, pero esta es la que más me gusta:
Dicen que el Támesis se volvió nombre de
pueblo gracias a su fundadora Rafaela Gómez, una mujer que pese a no haber
tenido hijos fue la madrina de más de seiscientos tamesinos y que se las
ingenió, sola, para ser matrona,
mientras su esposo, el insigne Don Pedro Orozco salió a la lucha
defendiendo al “glorioso” partido conservador.
Pues la República de Colombia se conformó mediante guerras civiles.
Pero volvamos a Rafaela que valga decir:
no era hermosa, no tenía la fortuna ni
la gracias escultural de las muchachas
de Marmato, pero era infalible en
el amor, cuando quiso cazar casó, porque se antojó, muy jovencita ella,
del mayor de los Orozco. Un hombre lleno
de ambiciones y de armas cuando era necesario. Y fue así, dicen por ahí,
que después de elegirlo, se dejó
enamorar y se casaron.
Pero Rafaela no reconocía sus encantos
propios, ni siquiera que era la heredera de las minas de oro de su padre, o que
tenía inteligencia y determinación, para ella el milagro obraba de cuenta de
uno de los protagonistas de los santorales, de San Antonio. Ese calvito querido
que cargaba al niño Dios y del cual Rafaela era devota.
La historia de la fundación de Támesis
ocurre en 1858, pero empezó en 1857 cuando Pedro buscaba donde esconderse de un gobierno liberal y
Rafaela le aconsejó que en vez de meterse al monte como topo, hicieran un pueblo
propio y fue así como Pedro Orozco y todos sus hermanos y otros cuantos
familiares, salieron con picos y con palas camino a un lote de su propiedad que
iba desde el nacimiento de un ramal de la cordillera occidental hasta el alto
de la torre, hoy nombrado como Cristo Rey.
El alto de la Torre llamaba la atención
porque desde lejos se erguía acompañado de varias cascadas que les garantizarían
agua, y salieron hacía allí. Cuando
llegaron escogieron el sitio más plano, hicieron el pueblo y Rafaela no dudó en
ponerle de nombre San Antonio.
Y a partir de ese momento en la
localidad de San Antonio sería Ella, Doña Rafaela, la que daría
nombre a las cosas recién inventadas, a
los niños por bautizar, a lugares recién descubiertos o a riquezas naturales como
una de las cascadas de agua que después de caer desde la montaña formaba un
rio, un rio que dividía el caserío en dos y que nombró como El Támesis, pues la
neblina del territorio le recordaba a Londres. Que si conoció Inglaterra personalmente o de oídas no
se sabe, pero eso es lo que se dice.
A todas estas, el río Támesis resultó
ser un peligro. Cuando descubrieron que salía de la montaña tras atravesar un
túnel subterráneo de varios kilómetros y cuya boca podría taparse algún día y
generar una avalancha de roca y lodo que los cubriera a todos, cundió el
pánico. Entonces el cura en plena misa
de gallos, en todo el púlpito, pidió que el río pasara a llamarse San Antonio, buscando
que el rio, o mejor dicho el santo, fuera patrono y protector.
Dicen que todos los feligreses
estuvieron de acuerdo, pero que uno preguntó: ¿y entonces qué hacemos con
Támesis? Y hubo silencio.
Pero doña Rafaela que estaba siempre en
primera fila, exclamó:
¡Pónganselo al pueblo¡
Y desde ese día, Támesis ha sido pueblo.
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