viernes, 3 de febrero de 2017

Nueva temporada

Saludos amigos.
Con esta entrada inicio una etapa como podcast, mejor dicho, como transmisor de relatos en audio.  Voy a subir relatos periódicamente, cadaquesepuedamente y ojalá cada semana. Así que estén pendientes, suscríbanse al blog (esa es la mejor opción porque puedo conservar la lista de correos, por si hay algún traslado, aunque es un poco tediosa porque después de suscribirse hay que ir al correo y confirmar dando clic al enlace de Feddburner), también pueden suscribirse al podcast de Ivoox o agregarse en la lista de seguidores del blog. En todas ellas la ventaja es que cada publicación les llegará personalmete. Espero que los relatos les gusten y les hagan pasar un buen rato.

Va el primero, que he titulado como El Támesis o Quién soy y de dónde vengo. Mi nombre es Fernando, Luis Fernando y mis amigos me conocen como el cuentero. Mi canción favorita es La Lora de Enrique Balleste. Mi padre es Guillermo, José Guillermo, el hombre más honesto que conozco, trabajador, silencioso,  melancólico, aguerrido, su canción favorita es Jornalero de Pepe Aguirre. Fue obrero en una fábrica de baldosas más de treinta años sin consideración, sin vacaciones, o primas, o seguro de salud o abono a pensión o liquidación. Enriqueció a dos patrones. Bueno, yo también aporté porque fui obrero diez años en la misma fábrica. Después mi padre fue vendedor de chance y lotería hasta que los pies se le fueron cansando y las manos y las esperanzas.  Mi madre es Edelmira, doña mira, y es la octogenaria más hermosa que conozco, su pasión era visitar amigas y caminar; le tiene pavor a los médicos y su canción favorita es Fiesta de Serrat.   Guillermo es hijo de Vicente Moncada y Teresa Echeverry y Edelmira es hija de Cipriano Ospina y Eufrosina Montoya y todos somos hijos de Támesis, un municipio acunado en un ramal de la cordillera occidental de la cadena montañosa de los Andes, en el departamento de Antioquia  Colombia.

A Támesis, la canción que más le gusta es Pueblo Blanco  de Serrat. Le dicen “La tierra del siempre volver” porque allá el que se viene se vuelve. 

De allá vengo, aunque por internet uno nunca viene de ninguna parte, uno siempre está ahí.

Y ya que de Támesis tengo tantos recuerdos voy a empezar contando la historia de cómo el Támesis se volvió nombre de pueblo. Hay muchas versiones, pero esta es la que más me gusta:

Dicen que el Támesis se volvió nombre de pueblo gracias a su fundadora Rafaela Gómez, una mujer que pese a no haber tenido hijos fue la madrina de más de seiscientos tamesinos y que se las ingenió, sola, para ser matrona,  mientras su esposo, el insigne Don Pedro Orozco salió a la lucha defendiendo al “glorioso” partido conservador.  Pues la República de Colombia se conformó mediante guerras civiles.

Pero volvamos a Rafaela que valga decir: no era hermosa,  no tenía la fortuna ni la gracias escultural de las muchachas  de Marmato,  pero era infalible en el amor, cuando quiso cazar casó, porque se antojó, muy jovencita ella, del  mayor de los Orozco. Un hombre lleno de ambiciones y de armas cuando era necesario. Y fue así, dicen por ahí, que  después de elegirlo, se dejó enamorar  y se casaron.

Pero Rafaela no reconocía sus encantos propios, ni siquiera que era la heredera de las minas de oro de su padre, o que tenía inteligencia y determinación, para ella el milagro obraba de cuenta de uno de los protagonistas de los santorales, de San Antonio. Ese calvito querido que cargaba al niño Dios y del cual Rafaela era devota.

La historia de la fundación de Támesis ocurre en 1858, pero empezó en 1857 cuando Pedro buscaba donde esconderse de un gobierno liberal y Rafaela le aconsejó que en vez de meterse al monte como topo, hicieran un pueblo propio y fue así como Pedro Orozco y todos sus hermanos y otros cuantos familiares, salieron con picos y con palas camino a un lote de su propiedad que iba desde el nacimiento de un ramal de la cordillera occidental hasta el alto de la torre, hoy nombrado como Cristo Rey.

El alto de la Torre llamaba la atención porque desde lejos se erguía acompañado de varias cascadas que les garantizarían agua, y salieron hacía allí.  Cuando llegaron escogieron el sitio más plano, hicieron el pueblo y Rafaela no dudó en ponerle de nombre San Antonio.

Y a partir de ese momento en la localidad de San  Antonio sería Ella, Doña Rafaela, la que daría nombre  a las cosas recién inventadas, a los niños por bautizar, a lugares recién descubiertos o a riquezas naturales como una de las cascadas de agua que después de caer desde la montaña formaba un rio, un rio que dividía el caserío en dos y que nombró como El Támesis, pues la neblina del territorio le recordaba a Londres. Que si  conoció Inglaterra personalmente o de oídas no se sabe, pero eso es lo que se dice.

A todas estas, el río Támesis resultó ser un peligro. Cuando descubrieron que salía de la montaña tras atravesar un túnel subterráneo de varios kilómetros y cuya boca podría taparse algún día y generar una avalancha de roca y lodo que los cubriera a todos, cundió el pánico.   Entonces el cura en plena misa de gallos, en todo el púlpito, pidió que el río pasara a llamarse San Antonio, buscando que el rio, o mejor dicho el santo, fuera patrono y protector.

Dicen que todos los feligreses estuvieron de acuerdo, pero que uno preguntó: ¿y entonces qué hacemos con Támesis?  Y hubo silencio.

Pero doña Rafaela que estaba siempre en primera fila, exclamó:

¡Pónganselo al pueblo¡

Y desde ese día, Támesis ha sido pueblo.



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