Cuando
extiendo las palmas de las manos, la derecha se resiste y conserva una
inclinación hacia la izquierda. Yo siempre bromeo diciendo que hasta mi derecha es izquierdosa. Pero la historia de
mi mano inclinada tiene que ver con que me partí el antebrazo cuando tenía
trece años y me lo compuso Primo Montoya, el brujo del pueblo.
Primo
Montoya contaba que había tenido amoríos con una bruja y que salía con ella a
volar en escoba. Y de él decían que tenía pacto con el diablo, que una vez lo
acorraló la policía y que se les escapó con un acto de magia, pues Primo se
convirtió en un racimo de bananos. Que eran bananos maduros y que cuando los
pelaban para comer, tenían por dentro pedazos de tela, la tela de la ropa de
Primo que cuando se desconvirtió quedó en pelota.
También
decían que Primo tenía un cómplice que salía en las noches y las madrugadas a
esconder ganado o enseres de valor de las casas, para que los dueños desesperados pagaran la consulta,
pues la fama de brujo de Primo ya estaba echada. Y por eso Primo Montoya
siempre encontraba lo perdido mediante sus poderes psíquicos y diabólicos.
A
Cuchi su cómplice, una vez lo convirtió
en marrano y lo vendió. Cuando Cuchi se desconvirtió, tenía los pies llenos de
marcas de zurriago y Primo le recordó que camino a la feria, él, entonces
marrano, se quedó mirando por debajo de la falda de una muchacha y que por eso
le había tenido que dar juete.
Otra
vez Primo se consiguió una sotana y salió con su compinche a dar misas, casar
parejas y bautizar niños en otro departamento, Primo era el cura y Cuchi el
sacristán, pero también les cayó la policía y Primo, aprovechando que era un pueblo
liberal, exhortó a la muchedumbre diciéndoles: hijos míos, acababan de
llegar los enemigos de la iglesia, y dejó al pueblo peleando con la ley, mientras
se escapaban.
Esto
y más, se cuenta de Primo, que además curaba con secreto, y por eso cuando caí
de la baranda y mi antebrazo derecho se partió, mi mamá, hizo lo que hubiera
hecho cualquier madre asustada, me llevó
corriendo a la piecita, en el sector la Playa, donde atendía Primo Montoya. A
ella la hizo quedar afuera y a mí me aplicó un tratamiento curativo muy
particular: extendió su mano izquierda donde tenía una cajita de fósforos que
se fue abriendo sola, al ver mi asombro sonrió y sacó del bolsillo una moneda
grande, de esas de cincuenta centavos y la hizo desaparecer, después sacó de un
cajón una paletica de madera que tenía un pececito dibujado y lo hizo
desaparecer también, muchas cosas aparecían y desaparecían en sus manos y por
último la moneda apareció en el músculo de su brazo derecho y empezó a moverse compulsivamente, yo no salía
del asombro y él me cogió la mano con mucho cuidado y me echó pomada en el antebrazo que parecía una ese,
me hizo tres cruces en la piel con la pomada y las fue borrando sobando y
apretando ligeramente, después me dijo que cerrara los ojos y que cuando viera
una chispa le dijera. Cuando vi la chispa de avisé y él dijo, listo, me puso
cartón y un par de tablas amarradas con una tira blanca. Después llamó a mi mamá
y le formuló unas pastillas para el dolor. Salimos y mi mamá me preguntó: ¿Le
dolió? Y le dije: ¡No¡, me hizo magia.
Ella descansó sonriendo. Un par de meses estuve entablillado hasta que la mano
comenzó a funcionar normalmente.
Años
después descubrí que mi mano derecha quedó izquierdosa y cada que la miro, me
vuelve el recuerdo de mi mamá advirtiéndome que si seguía saltando en la
baranda me iba a caer, y de cómo me caí, y también me acuerdo de Primo Montoya,
el brujo de Támesis.
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