lunes, 3 de abril de 2017

El milagroso de Támesis


La televisión llegó a Támesis cuando Rojas Pinilla era presidente y por eso Uvaldina patiño era pinillista.  Ella pagaba la entrada al teatro Lux todos los días a las seis de la tarde para ver la programación diaria en el único televisor del pueblo y se ponía firme escuchando el himno nacional y mirando la imagen de Gustavo Rojas.

Convencida de que las telenovelas eran una de las maravillas de la humanidad, logró ahorrar para comprarse un televisor y no faltaba a las citas de Esmeralda, Rosa Salvaje, Topacio y  La Fiera, entre otras, con las que lloró inconsolablemente. El tiempo de Uvaldina se iba entre las telenovelas y el grupo de oración de la parroquia San Antonio a donde seguía rosarios, trisagios y misas cotidianas. 

Por eso se dice que Uvaldina –de quien he cambiado el nombre para no ofender a la protagonista- tiene varias placas de agradecimiento en el altar de señor caído, por los milagros recibidos, en los que cuentan que muchos tienen que ver con que se le dieran finales felices en las telenovelas.

Pero estos apartes sobre la televisión, son para hablar del milagroso señor caído de Támesis, del que se cuenta como leyenda que tuvo un origen asombroso, pues recién fundado el pueblo, llegaron varios indígenas ecuatorianos cargando un cristo caído hecho en madera. Según ellos, era un encargo de un tamesino que les había explicado cómo llegar al caserío, cosa difícil si se tiene en cuenta que la cartografía de mediados del siglo XIX no era muy avanzada que digamos. Pero en Támesis nadie sabía de ningún encargo, y mucho menos que tenían la cantidad de oro que costaba la obra de arte. Doña Rafaela, la representante del pueblo,  juntó con los vecinos el oro que pudieron, pero este equivalía apenas a la mitad del precio, así que los ecuatorianos decidieron salir a buscar un pueblo más pudiente llamado Medellín, del que sabían que estaba al otro lado del Rio Grande, hoy conocido como el Cauca. Y se fueron, muy a pesar de los pobladores. Pero antes de llegar al Rio Grande los indígenas debían cruzar otro Rio, el Cartama, que tenía como puente un árbol caído.  Y dicen que cuando se acercaban a la orilla, el rio se crecía y tapaba al árbol y que cuando se devolvían el rio bajaba de caudal. Que varias veces ocurrió esto hasta que muy asustados, decidieron devolverse a Támesis. Con la sorpresa de que a medida que se devolvían,  el nazareno  se hacía más liviano.

Cuando llegaron contaron lo  sucedido y negociaron. Inclusive por menos, pues poco sabían los ecuatorianos de la malicia paisa.

Al señor caído, como le llamaron, le construyeron una urna de cristal y de madera y lo fueron cuidando de casa en casa hasta que le encontraron un sitio digno. En la actualidad tiene su propio altar en la iglesia principal y está rodeado de placas de agradecimiento de todos los milagros que ha hecho, porque dicen que es más eficiente que la madre Laura y el señor de los milagros de Buga juntos, pero que como los tamesinos son tan malos para la publicidad, el milagroso de Támesis sigue en el anonimato.

Pero volvamos a Uvaldina, e imaginemos este cuadro que cuentan los tamesios:

Eran los años ochenta y estaba de moda la telenovela La Fiera.

Uvaldina, sin saber que la estaban escuchando, rogaba fervorosamente ante el señor caído, que le socorriera con un milagro.


Y el milagro era que Victoria, la protagonista, se casara con Víctor Alfonso.

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