La televisión llegó a Támesis cuando Rojas
Pinilla era presidente y por eso Uvaldina patiño era pinillista. Ella pagaba la entrada al teatro Lux todos
los días a las seis de la tarde para ver la programación diaria en el único
televisor del pueblo y se ponía firme escuchando el himno nacional y mirando la
imagen de Gustavo Rojas.
Convencida de que las telenovelas eran una
de las maravillas de la humanidad, logró ahorrar para comprarse un televisor y
no faltaba a las citas de Esmeralda, Rosa Salvaje, Topacio y La Fiera, entre otras, con las que lloró inconsolablemente.
El tiempo de Uvaldina se iba entre las telenovelas y el grupo de oración de la
parroquia San Antonio a donde seguía rosarios, trisagios y misas
cotidianas.
Por eso se dice que Uvaldina –de quien he
cambiado el nombre para no ofender a la protagonista- tiene varias placas de
agradecimiento en el altar de señor caído, por los milagros recibidos, en los
que cuentan que muchos tienen que ver con que se le dieran finales felices en
las telenovelas.
Pero estos apartes sobre la televisión,
son para hablar del milagroso señor caído de Támesis, del que se cuenta como
leyenda que tuvo un origen asombroso, pues recién fundado el pueblo, llegaron
varios indígenas ecuatorianos cargando un cristo caído hecho en madera. Según
ellos, era un encargo de un tamesino que les había explicado cómo llegar al
caserío, cosa difícil si se tiene en cuenta que la cartografía de mediados del
siglo XIX no era muy avanzada que digamos. Pero en Támesis nadie sabía de
ningún encargo, y mucho menos que tenían la cantidad de oro que costaba la obra
de arte. Doña Rafaela, la representante del pueblo, juntó con los vecinos el oro que pudieron,
pero este equivalía apenas a la mitad del precio, así que los ecuatorianos
decidieron salir a buscar un pueblo más pudiente llamado Medellín, del que
sabían que estaba al otro lado del Rio Grande, hoy conocido como el Cauca. Y se
fueron, muy a pesar de los pobladores. Pero antes de llegar al Rio Grande los
indígenas debían cruzar otro Rio, el Cartama, que tenía como puente un árbol
caído. Y dicen que cuando se acercaban a
la orilla, el rio se crecía y tapaba al árbol y que cuando se devolvían el rio
bajaba de caudal. Que varias veces ocurrió esto hasta que muy asustados,
decidieron devolverse a Támesis. Con la sorpresa de que a medida que se devolvían, el nazareno se hacía más liviano.
Cuando llegaron contaron lo sucedido y negociaron. Inclusive por menos,
pues poco sabían los ecuatorianos de la malicia paisa.
Al señor caído, como le llamaron, le
construyeron una urna de cristal y de madera y lo fueron cuidando de casa en
casa hasta que le encontraron un sitio digno. En la actualidad tiene su propio
altar en la iglesia principal y está rodeado de placas de agradecimiento de
todos los milagros que ha hecho, porque dicen que es más eficiente que la madre
Laura y el señor de los milagros de Buga juntos, pero que como los tamesinos
son tan malos para la publicidad, el milagroso de Támesis sigue en el
anonimato.
Pero volvamos a Uvaldina, e imaginemos
este cuadro que cuentan los tamesios:
Eran los años ochenta y estaba de moda la
telenovela La Fiera.
Uvaldina, sin saber que la estaban
escuchando, rogaba fervorosamente ante el señor caído, que le socorriera con un
milagro.
Y el milagro era que Victoria, la protagonista, se casara
con Víctor Alfonso.
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